Nuevamente, Israel está mucho en las noticias particularmente luego de su nueva campaña de bombardeos contra la población de Gaza.

Desde que empezaron a caer las bombas a principios de julio, como si estuviera bajo los efectos de un trance hipnótico, la prensa occidental entró en modo «la-pobrecita-pequeña-Israel-sólo-se-defiende».

Cualquier persona que diga lo contrario inmediatamente recibe de lleno el impacto terrible de la consabida acusación de «¡Antisemita!»: ese temido insulto lanzado como un rayo desde el Olimpo de Sion contra todo el que critique a Israel!

Por Adrian Salbuchi
Los judíos conforman un muy pequeño grupo étnico: apenas 16 millones de personas en un planeta poblado por más de 7.000 millones de seres. Un mero 0,2% de la población mundial; el otro 99,8% de la Humanidad lo conforma un amplio espectro de grupos étnicos y religiosos.

Que en nuestros días cualquier hombre, mujer o niño sea discriminado, acosado o atacado por razón de su raza, credo, nacionalidad, ideología o características sociales o físicas, es algo absolutamente reprobable. Como lo mencionaba en un reciente artículo publicado en RT sobre Israel, es hora que el mundo aborde de manera transparente y equilibrada la tragedia milenaria de los judíos, un pueblo tan a menudo discriminado y perseguido.

Sin embargo, luego de más de setenta años de ataques genocidas israelíes contra los palestinos, pretender acallar toda crítica gritando «¡Antisemitismo!» ya hoy resulta decididamente inaceptable.

Si lo que los judíos realmente temen es la discriminación, entonces la mejor manera de acallar esos temores es promoviendo una amplia concientización, comprensión y transparencia entre la opinión pública mundial acerca de los muy complejos procesos históricos, políticos y sociales que generan hechos de discriminación.

Especialmente cuando se comprende que la peor discriminación que hoy enfrenta el mundo no es tanto la discriminación por parte de grandes mayorías contra alguna minoría puntual, sino más bien la discriminación brutal ejercida por muy poderosas y bien organizadas minorías en contra de la vasta mayoría de todos nosotros en todas partes.

Esas poderosas e ilegítimas minorías amenazan a todos, en todas partes.  Incluye a banqueros parasitarios, especuladores dueños del dinero, zares de los multimedios, señores de la droga, y sanguinarios buscapleitos enquistados dentro de los gobiernos de ciertas superpotencias. Algunos analistas le han dado en llamar el Establishment, otros «la internacional dorada del dinero», o más simplemente: la Elite de Poder Global.

¿Qué es un «semita?»

En vista de que Israel y los sionistas permanentemente acusan a millones de personas en todo el mundo de ser «antisemitas», empecemos por definir qué es un “semita”, para lo cuál consultamos al sitio web «My Jewish Learning».

Ahí se explica lo siguiente: «el nombre semita proviene de Sem, el mayor de los tres Hijos de  Noé…Mientras que Sem y sus hijos son de antigüedad bíblica, el semita es de origen mucho más reciente, originándose en la Europa del siglo XVIII… En tiempos medievales… se percibieron las similitudes gramaticales y lexicográficas entre los idiomas hebreo y árabe. Fue para esa época que los dos protagonistas –el «semita» y el «ario»- aparecieron. Ambos son míticos… Ambos se originaron de la misma manera y sufrieron los mismos abusos, mayormente a manos de los mismos intereses.  Ambos nombres se originan en ámbitos académicos y se refieren a categorías lingüísticas. Ambos datan de la época del gran desarrollo de la filología comparativa a fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX«.

Vemos entonces que también los árabes son «semitas», en cuyo caso ¿no debiera la prensa occidental dejar bien en claro que los peores, más racistas y criminales ataques de «antisemitismo» genocida que ocurren en el mundo hoy son resultado del antisemitismo real desatado por las élites «arias» estadounidense, británica, europea e israelí en contra de los «semíticos» árabes a lo largo y a lo ancho de todo Medio Oriente?

Observemos detenidamente a líderes como Bill y Hillary Clinton, George Bush, Tony Blair, David Cameron, John Kerry, Benjamín Netanyahu, Avigdor Lieberman, Moshe Feiglin, Ayelet Shaker… Veremos que son todos «arios» de pura cepa.  Y son ellos junto a muchos de sus hermanos de sangre, quienes son responsables directos del asesinato de incontables millones de «semitas» iraquíes, sirios, palestinos, libios y demás árabes… (Está bien, lo acepto: el presidente Obama no es demasiado «ario» que se diga pero ello no es más que la excepción que confirma la regla…).

En rigor de verdad: ¿no es anacrónico y poco científico utilizar términos lingüísticos como «semita» y «ario» para referirnos a estos grupos étnicos?

Si la memoria no me falla, en su época el Sr. Hitler utilizó ampliamente el término «ario» para describir a su «raza superior», pero sin embargo desde fines de la segunda guerra mundial, se ha dejado de hablar de los «arios»…. ¿No será hora de también largarle la mano al «semita», hermanito gemelo del «ario»?

Poniendo las cosas en su lugar

La confusión ingenierizada conforma un componente clave de la Guerra Psicológica, como bien lo comprendió hace muchas décadas la agencia de inteligencia israelí, Mossad, cuyo lema reza, «Harás la guerra a través del engaño«. Si se me permite parafrasearlo a Don Saddam Hussein, hoy el «antisemitismo» es probablemente «la madre de todas las decepciones globales y engaños históricos».

Definamos entonces con total claridad cuatro categorías muy diferentes entre sí que podrán ayudar a aclarar y aportar transparencia al debate sobre el sionismo, Israel y el comportamiento de ambos; ello a pesar de que militantes pro-Israel hacen todo lo posible para mezclar y confundirlos, como si se tratara de una única y misma cosa; pero no lo son.

1.    Religión Judía como fe milenaria. Al no ser una religión evangelizadora, el judaísmo es socialmente no-intrusivo; jamás un judío golpeará a su puerta un domingo por la mañana para tratar de convertirlo a la fe de Moisés…

2.    Pueblo Judío: un pequeñísimo grupo étnico (0,2% de la población mundial) disperso por todo el mundo que porta características culturales, sociales y religiosas en común, pero cuyos miembros sostienen una amplia variedad de creencias ideológicas y políticas.

3.    Sionismo: una ideología política nacionalista y racista fundada en 1897 por Teodoro Herzl. El sionismo opera a través de una nutrida y muy poderosa red global interdependiente de lobbies, think-tanks y grupos de presión, todos alineados lealmente detrás de un objetivo prioritario: los intereses del Estado de Israel;

4.    Estado de Israel: una Nación soberana impuesta sobre Palestina en 1948 a través de la fuerza y el terrorismo, con el apoyo de las potencias occidentales.

Hoy, esa poderosa red de organizaciones sionistas pretende hablar en nombre de todos los judíos. Esto también es falso considerando que existen legiones de judíos anti-sionistas que no se identifican en primera instancia con el Estado de Israel, y rechazan sus políticas ultranacionalistas: el músico argentino Daniel Baremboim, el académico estadounidense Norman Finkelstein, autores israelís como Israel Shahak, Ilán Pappé, Yakov Rabkin y muchos otros, incluyendo al grupo de rabinos anti-sionistas Neture Karta.

Los líderes mundiales sionistas suelen descalificar a miembros de su propia comunidad que no se alinean al sionismo, llamándolos «judíos que se odian a sí mismos» (sic!).

En otras palabras, aseverar que toda oposición al sionismo es “antisemitismo” conforma una falacia y mentira flagrante. Quienes combaten al sionismo bien podrán llamarse «anti-sionistas»; y quienes combaten los crímenes israelíes contra palestinos podrán llamarse «anti-israelíes». ¡PERO JAMÁS «ANTI-SEMITAS»!

Los anti-sionistas y anti-israelíes nada tienen que decir acerca del judaísmo como religión, o de los judíos como grupo étnico cosmopolita.

A modo de ejemplo, el autor del presente artículo es un argentino descendiente de inmigrantes italianos. Sin embargo, al verse confrontado con las muchas críticas hoy lanzadas contra la Argentina o Italia, jamás se le ocurriría replicar a gritos «¡Anti-Argentinismo!» o «¡Anti-Italianismo!» –ni mucho menos «¡Anti-Catolicismo!«- contra sus circunstanciales críticos. ¡De ninguna manera!

Ya es hora entonces que ciertos de los judíos maduren políticamente y se comporten como adultos y ciudadanos responsables.

Pues si cada vez que Israel y los sionistas llevan a cabo sus inconfesables matanzas contra los palestinos, los multimedios y gobiernos occidentales les permiten escudarse detrás del griterío de «¡Antisemitismo!», entonces seguro que algún día la opinión pública mundial dejará de tolerarlo, y es entonces cuando la reacción global puede tornarse muy fea…

Especialmente si se tiene en cuenta que las organizaciones sionistas están tan inextricablemente fusionadas con sectores de la mega-banca global, los multi-medios occidentales, Hollywood, y los gobiernos, ejerciendo enorme y determinante influencia sobre los asuntos internos y externos de países que albergan importantes comunidades judías como EE.UU., el Reino Unido, Francia, Alemania, Ucrania, Argentina, Brasil, Venezuela, México…

En países auténticamente democráticos, todo ciudadano tiene el derecho inalienable de criticar y desenmascarar las políticas genocidas de cualquier Nación extranjera que promueva y lleve adelante acciones de limpieza étnica y terrorismo de Estado, como lo hace Israel.

Esto incluye el derecho, también inalienable, de promover un debate abierto sobre las actividades llevadas a cabo por sionistas dentro de cada país, y la influencia excesiva detentada por sus lobbies, grupos de choque y organizaciones de ataque político como AIPAC (American Israeli Public Affairs Committee) y la ADL (Anti-Defamation League) en los Estados Unidos, y la OSA (Organización Sionista Argentina) y la DAIA (Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas) en Argentina, dónde el autor sufre el acoso y persecución política e ideológica de ésta última desde hace años.

¿Todos los judíos son «semitas»?

Los judíos sefardíes en Israel y en Occidente son una miinoría, lo que es notable considerando que, como semitas, son ellos quienes más probablemente sean descendientes de los hebreos del Antiguo Testamento.

La mayoría de los judíos en Israel, Estados Unidos, Reino Unido, Europa y Argentina son de origen Askenazi y esto conlleva consecuencias políticas muy profundas.

Los judíos Askenazis descienden de los kazaríes, un pueblo caucásico euroasiático que entre los siglos VII y IX de nuestra Era construyeron una magnifica confederación descentralizada de tribus nómades regidas por un rey denominado genéricamente como «Khágan».

El siglo VIII vio a los kazaríes amenazados por la asimilación por parte de dos poderosos imperios políticos, militares y culturales de la época: el cristiano Imperio Romano de Oriente en Bizancio, y el islámico califato de Bagdad.

Es así que en el año 740AD, los sabios reyes kazaríes tomaron una decisión portentosa, sin precedentes y realmente revolucionaria: ahuyentaron las indeseadas presiones e influencias cristiana y musulmana convirtiéndose en masa a la fe judía.

Pasaron los siglos, el imperio kazarí decayó, Bizancio cayó, y el Islam se convirtió en el poder dominante en toda aquella región. Entonces, los nómades kazaríes se asentaron discretamente en lo que hoy es Rusia, Ucrania, Bielorrusia, Polonia, llegando a Europa Central y Occidental a través de Rumania y Alemania; especialmente en sus grandes ciudades. Dónde fueran los kazaríes/askenazis, llevaron consigo la fe de Moisés.

En pocas palabras, los judíos askenazis –mayormente rubios o pelirrojos, de ojos claros y tez blanca– no están de manera alguna relacionados con los hebreos e israelitas de la Biblia.

Poca o nada de sangre «semita» fluye por sus venas y, por ende, no tienen derecho alguno de reclamo histórico o étnico sobre la Tierra Santa de Palestina.

Esto fue claramente explicado por el investigador Arthur Koestler en su libro publicado en 1977, «La decimotercera tribu: el imperio kazarí y su herencia«.

A su vez, en 2009 el profesor de la Universidad de Tel Aviv, Shlomo Sand, publicó otro libro titulado ‘La invención del pueblo judío’ en el que demuestra que el mismísimo concepto de «un pueblo» es una invención total: «Jamás hubo un pueblo judío; sólo una religión judía, y el exilio tampoco ocurrió – de manera que no hay ningún derecho al retorno«.
Sand rechaza la mayoría de las historias de conformación de identidad nacional que aparecen en la Biblia, incluyendo el Éxodo de Egipto. «Se trata de ficciones y mitos que sirvieron como excusa para el establecimiento del Estado de Israel”.
Agrega que «los primeros judíos provenientes de Askenazim (Alemania) no vinieron de la Tierra de Israel y no llegaron a Europa Oriental desde Alemania, sino que se convirtieron en judíos bajo el imperio kazarí en el Cáucaso«.

Sand señala que la necesidad sionista de armar una etnicidad compartida y una continuidad histórica, generó la larga serie de invenciones y ficciones junto con una invocación a tesis racistas. Algunas, dice, fueron elucubradas por las mentes de quienes concibieron el movimiento sionista, mientras que otras fueron ofrecidas como resultado de investigaciones genéticas realizadas en Israel.
 

Combatiendo al «antisemitismo»

En el año 2004, el gobierno norteamericano de George W Bush creó una oficina dentro del Departamento de Estado para «monitorear y combatir el ‘antisemitismo’ a nivel mundial».

Su primera tarea consistió en definir qué es el «antisemitismo». Al no poder redactar su propia definición, recurrió a una definición operativa del antisemitismo por el Centro Europeo de Monitoreo del Racismo y la Xenofobia que indica que «el antisemitismo es una cierta percepción de los judíos que puede ser expresada como odio hacia los judíos. Manifestaciones retóricas y físicas del antisemitismo se dirigen contra individuos judíos o no-judíos y/o sus bienes; hacia instituciones de la comunidad judía e instalaciones religiosas. Adicionalmente, tales manifestaciones pueden también dirigirse contra el Estado de Israel, concebido como una colectividad judía…«.

El Depto. de Estado luego aporta una serie de «ejemplos de antisemitismo», tales como «acusar a los judíos, en tanto pueblo, o a Israel, en tanto Estado, de inventar o exagerar el Holocausto… acusar a ciudadanos judíos de ser más leales a Israel, o a las supuestas prioridades mundiales de los judíos, que a los intereses de sus propias naciones…. demonizar a Israel comparando la política contemporánea israelí con la de los nazis… culpar a Israel de todas las tensiones inter-religiosas y políticas…».

¿Para qué tanto razonamiento laberintico? ¿Para qué estas capas sobre capas de confusión ingenierizada? ¿No sería mucho más lógico atenerse a la visión transparente esbozada por el padre del sionismo y de la Patria de Israel, Theodor Herzl, quien en su obra fundacional de 1898, «El Estado Judío» explicó que «la cuestión judía existe en todo lugar en que vivan judíos en cantidades perceptibles. Allí donde esa cuestión no existe, la judíos la portan ellos mismos…«.

¿Porque no llamar a las cosas por su verdadero nombre, según recomendamos en las Cuatro Categorías indicadas en este artículo, abordándolas individualmente? De esta manera toda verdadera discriminación quedaría rápidamente desenmascarada.

Dejemos que el sionismo e Israel se defiendan solos por sus acciones, sin escudarse ilegítimamente detrás de todo el pueblo judío y de la religión de Moisés.